domingo, 17 de mayo de 2009

Una ayudadita, por favor!




Todos los días, los encontramos sentados en la vereda o deambulando por las calles del centro de nuestra ciudad. Son la muestra más clara de la pobreza, abandono y olvido. Su aspecto despierta la compasión y lástima de algunas personas, pero en otras, el repudio o el miedo. Han encontrado en las monedas de menor valor, las que tal vez no le sirven para nada a la gente, la única forma de salir adelante y sobrevivir.

Se les conoce fríamente como “mendigos”. Hay quienes piensan que su manera de ganarse la vida es la más fácil, por lo que a veces se les tilda de haraganes o desvergonzados. Pero lo que nadie sabe es que detrás de esas manos extendidas, latitas vacías, o esos letreros con mensaje que dan lastima; esperando la caridad de los demás, se esconden historias muy tristes.

Un recorrido por las principales calles del Centro Cívico de nuestra Ciudad de Trujillo nos ayudó a reconocer algunos casos que viven estas personas.

“Palos, menos agua”

Acostumbra a ubicarse en la puerta de la Iglesia San Agustín. Su nombre es René Guevara Valdez, no recuerda exactamente su edad y duda si nació en enero o febrero. Es madre de siete hijos, dos mujeres y cinco hombres. Viste un sucio vestido oscuro, una chomba ploma y una chalina tan vieja, que tal vez no llegue a abrigarla lo suficiente. Tiene la mirada triste, el rostro demacrado y lleno de arrugas, con dificultad para hablar, no se sabe si por la edad o por la vida que le ha tocado.

Desde que murió su esposo quedó al cuidado de sus hijos, quienes prefieren dedicarse a ellos y no le dan la atención que se merece. Al contrario, la tratan tan mal, que han estado a punto de golpearla y quererle quitar su casa. Su difunto esposo fue barrendero en el Concejo Municipal, pero la pensión que le dejó no le alcanza o no le sirve para nada porque sus hijos le quitan ese dinero. Tuvo que salir a pedir limosna para tener que alimentarse, pero sobre todo para no seguir en su casa expuesta a los maltratos.”Cuando llego a mi casa mis hijos me quitan todo, les pido agua pero no me dan, me dan palos menos agua” nos dice muy triste.

Vive en El Alambre, pero camina hasta en Centro todos los días, apoyándose en un palito que hace de bastón. Le duele las piernas y la espalda de tanto caminar, pero no le queda más remedio porque es la única forma con la que puede sobrevivir.

Ha perdido toda esperanza de ayuda de parte de las autoridades, porque dice que ellos tienen otros problemas más importantes, que el pensar en ella.





“No hay mañana, sino el día de hoy”

Fernando Viera Vásquez tiene 47 años y nació en Sullana. Hace siete años llegó a la ciudad de Trujillo porque sus padres murieron y no encontraba trabajo. Acostumbra a ubicarse en la puerta de la Iglesia Santo Domingo, aproximadamente desde las 10:00 a 12:30 a.m. y de 4:00 a 7:00 p.m. Camina con dificultad porque hace 2 años sufrió un accidente y se quebró el peroné. Duerme por el mercado mayorista, en un cuarto que le ha brindado un amigo.

No tiene esposa ni hijos porque proviene de una familia muy pobre, y no quiere que sus hijos sufran, ni se queden sin educación, al igual que él. Además confiesa que las mujeres no querían estar con él, porque tenían conocimiento que él no era una persona buena, robaba, pertenecía a una banda de pandillaje y estuvo en varias oportunidades en la cárcel de Sullana.

Siente vergüenza al pedirle a la gente, pero no encuentra otra forma de vivir. Sueña con juntar una cantidad que le permita, aunque sea, establecerse como vendedor de periódicos, pero lo que gana es muy poco, con las justas le alcanza para comer y no le permite tener aspiraciones. “Conocí la palabra de Dios y desde ahí mi vida cambio, no hay mañana, sino el día de hoy”, dice, resignando.



“No me da vergüenza”
Luis tiene 45 años y mendiga desde hace 30 años. Una mano en el pecho y otra pidiendo ayuda. Lo encontramos en la cuadra 7 del jirón Gamarra, frente a Inka Farma. Al año y nueve meses empezó a perder la vista hasta que se quedó totalmente ciego. Vive en Casagrande, pero viene a Trujillo todos los días, incluso hay veces en que se va hasta Chimbote.

No siente vergüenza haciendo lo que hace, porque es la única forma de ganar dinero para apoyar a su familia, ya que, por ser invidente, no puede conseguir trabajo.

En un buen día recauda aproximadamente 30 soles, pero en un día bajo solo10 a 15 soles. Espera que las autoridades locales algún día hagan algo por ayudarle a él y las personas de su condición, o al menos, que agilicen los trámites para que su padre reciba la pensión que le corresponde por ser jubilado de una antigua Cooperativa. “No me da vergüenza porque no hay más que yo pueda hacer, cuando quiero vender golosinas la gente me engaña o no me compra nada”, comentó.


“Mendigar antes que robar”

Frente al Mercado Central, Saúl Avalos Guevara de 38 años de edad, lleva 8 años mendigando porque no encuentra trabajo estable. A los 3 meses de nacido, le dio la poliomielitis porque no lo vacunaron a tiempo, razón por la que usa muletas. Vive en la ciudad de Trujillo en la calle Jesús de Nazaret. Es soltero y no tiene hijos, y con el poco dinero que obtiene en el día, tiene que mantenerse y mantener a su madre, que tiene 81 años.

De vez en cuando realiza trabajos para la Policía Nacional de Trujillo, elaborando los pitos, y también se desempeña siempre como personero cada vez que hay elecciones.

Espera que en algún momento las autoridades se acuerden de él y le den trabajo, porque asegura tener habilidades para muchas cosas y su dificultad para caminar no es ningún obstáculo para salir adelante. Pero por el momento como nadie confía en él como para darle un puesto de trabajo, prefiere pedir limosnas antes que robar, eso sí me avergonzaría, dice.


Estos han sido apenas cuatro de los muchos casos de mendicidad que podemos encontrar en el Centro Cívico de Trujillo. A ellos se le suman otros que aparecen en el transcurso de los días o que simplemente no quieren compartir con nadie sus historias.

Y no podemos dejar de lado a los niños, que están presentes en igual o mayor cantidad que los mendigos mayores.

Todos ellos tienen pasados llenos de amargura o soledad, se han visto obligados a pedir la caridad de la gente para poder vivir. Pero si reflexionamos en sus palabras, encontramos que todos esperan contar con el apoyo de las autoridades para que puedan trabajar o volver a insertarse en la soledad.

Entonces, podemos concluir que la mejor manera de ayudar a estas personas no es ofreciéndole unas cuantas monedas, sino un trato digno y respetuoso, como el que se merece cualquier persona. (Volver)

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